La evolución de la economía mundial en los últimos años se ha caracterizado por una mayor integración de las economías nacionales. Este fenómeno, denominado globalización, ha estado asociado con una importancia determinante del crecimiento del comercio internacional, de las inversiones y de los flujos de capitales financieros.
Entre los múltiples hechos que han signado esta evolución, dos se destacan fundamentalmente:
El primero, la modificación de las políticas comerciales nacionales, que involucra un cambio hacia una mayor apertura y la desregulación en los países en desarrollo, cambio que está invariablemente relacionado con el rol del comercio internacional como motor del desarrollo económico.
El segundo, el aumento de la preocupación por la dimensión social del crecimiento económico en el contexto de la globalización. Ante la evidencia de que el dinamismo de la relación entre comercio y desarrollo económico no ha redundado automáticamente en la propagación de los beneficios del crecimiento hacia las capas más pobres de la sociedad y, por ende, no ha contribuido en la medida de lo esperado a reducir o erradicar la pobreza, ni a generar progreso social en su sentido más amplio, surgió el enfoque de Desarrollo Humano, paradigma que comprende variados parámetros, tales como acceso a la educación, mayor calidad en la alimentación y la atención de la salud pública, reducción de la desigualdad económica, mayor participación y libertad de elección de los individuos, y sostenibilidad en términos ecológicos, económicos y sociales.
En el plano económico-comercial, dos son los vectores que han venido motorizando el incremento de los flujos de intercambio de bienes y servicios y los movimientos de capitales.
El primero de ellos es la tecnología, fundamentalmente en función del desarrollo de la tecnología de la comunicación y la informática, en términos de avance tecnológico y de reducción de costos. Ambas fuerzas han posibilitado que se extreme la combinación especialización productiva – división internacional del trabajo, al punto que una firma que opera hoy a escala internacional puede localizar cualquier parte de sus actividades en puntos remotos del planeta y controlarlos, a un costo sumamente reducido, desde una central, sin necesidad alguna de empleo físico de recursos en el punto de la localización. Del mismo modo, la frontera entre los bienes comerciables y no comerciables se ha desplazado y se desplaza permanentemente, aumentando la proporción de los primeros sobre los segundos, efecto éste que refuerza aún más la tendencia anterior. Por otra parte, la mayor gama de opciones de localización de actividades ahora disponible, aumentó la competencia entre las naciones por la atracción de las inversiones.
El segundo vector ha sido la liberalización de los aranceles sobre el comercio, a partir de las rebajas negociadas en el marco del GATT – OMC y/o de decisiones nacionales unilaterales de apertura comercial, que ha sido también acompañada, en la mayoría de los casos, por una mayor apertura a los ingresos y egresos de capitales. Esta liberalización, sin embargo, fue también considerablemente reforzada por la caída tendencial e importante de los costos del transporte.
El crecimiento de los flujos internacionales de capitales – junto con la mayor apertura de los sistemas financieros ya apuntada – ha sido también un factor impulsor de la globalización, así como su orientación, ahora más dirigida hacia actividades con alcance mundial, a diferencia del período anterior, cuando predominaba la atención de los mercados internos, además de incrementarse también las relaciones financieras interempresarias, «atadas» a negocios de complementación productiva. Esto potenció enormemente el aumento del comercio internacional y, al mismo tiempo, disminuyó el grado de autonomía de manejo de las políticas monetarias y cambiarias nacionales, incrementando la sensibilidad de estas economías a los movimientos financieros, tal como se ha presenciado en la velocidad y magnitud de difusión de las crisis en los tiempos recientes.
La mayor integración de las economías y la consecuentemente mayor complejidad de las relaciones de intercambio comercial internacional han multiplicado las fuentes de conflicto comercial, ahora debidas no a la existencia de aranceles u otras restricciones sobre los productos intercambiados, sino a la presencia de políticas comerciales o sobre disciplinas conexas que afectan la competitividad relativa de las actividades localizadas en los ámbitos geográficos nacionales, en virtud de la incidencia de distintos marcos regulatorios. Es por esta razón que los «menús» de negociación comercial internacional incorporan la discusión sobre las políticas comerciales y disciplinas conexas, más que sobre el tratamiento comercial que se acuerda a los productos comercializados.
La reinserción internacional de los países en desarrollo se ha dado a través de dos formas, no excluyentes entre sí: adopción de medidas unilaterales de apertura comercial o suscripción de acuerdos de integración regional. Para las economías en desarrollo, individualmente consideradas, el mejoramiento de las condiciones de acceso al mercado de los países desarrollados implica una serie de concesiones con relación a sus políticas y disciplinas comerciales, que les restan autonomía de manejo sobre las mismas. Por ello, la formación de bloques regionales – como es el caso del Mercosur – puede verse como la alternativa elegida para ampliar el mercado con fronteras acotadas y en un marco de mayor homogeneidad de las economías nacionales involucradas. En ese marco, la convergencia de las políticas comerciales hacia los estándares negociados o a negociarse multilateralmente, se hace más sencilla y menos costosa. Asimismo, la negociación de acuerdos regionales posibilita, dentro de ciertos márgenes, el levantamiento discriminatorio de determinadas restricciones que se mantienen en el ámbito multilateral, al amparo de las normas de la OMC.
Por último, los acontecimientos en la escena internacional ocurren a un ritmo varias veces más rápido que la capacidad de los protagonistas para analizarlos y prevenirlos. La instantaneidad de las comunicaciones ha contribuido a enriquecer el conocimiento y a difundir ampliamente la información sobre lo que sucede en cada rincón del mundo pero, al mismo tiempo, ha sobrepasado los límites materiales para procesarla, transformándola en un conjunto complejo y sofisticado de variables que acotan considerablemente el tiempo disponible para la reflexión sobre el significado de los cambios que se verifican día a día y que plantean problemas de toda naturaleza, desde la ética fundamental de la vida humana hasta la evolución de las relaciones económicas y comerciales entre las personas y las naciones.